martes, 28 de agosto de 2012

AGILIDAD INUSITADA

De joven siendo una aspirante a la vida consagrada religiosa tenía 23 años de edad. Mi maestra, la Superiora del convento en el Faique (un pueblito de la sierra de Piura en Perú), tenía 73 años. Ella usaba un corsé ortopédico debido a que sufría de su columna por una dolorosa caída que tuviera mucho tiempo atrás.- Era muy alegre, hábil, lúcida y me agradaba mucho atenderla, la acompañaba a todas partes, siempre tomándola del brazo por su dificultad al caminar.  Me sentía que era su apoyo y su compañía y recibía de ella el cariño y la dulzura de una madre, compartiendo siempre con alegría las experiencias de Dios dentro y fuera del convento.
En un día de verano, en que como todas las tardes, solíamos contentas pasear, la Superiora, mis compañeras y Yo, por esos tramos de herradura entre cerros y calles desoladas y silenciosas con casas de paja y caña…de repente divisamos a lo lejos una polvareda levantada por algo que venía por el único camino hacia nosotros – una de mis compañeras gritó: ¡¡Corran, corran que viene un toro!! Y yo, la fiel compañía de la Superiora, a quien muy amablemente llevaba siempre cogida del brazo, presa del miedo, la solté y eché a correr cerro arriba. Ya en lo alto, acordándome de ella y de cómo la había abandonado en esos momentos difíciles, me puse a buscarla con la mirada. Lo sorprendente fue verla escondida en una de esas casitas de paja vacías ubicada a 100 metros de donde la dejara. Como había llegado, no sé, seguramente Dios la ayudó y lo más gracioso, por lo que juntas prorrumpimos en una carcajada fue, que el causante de tanto alboroto no había sido un toro sino un pollino (asno de poca edad).