sábado, 9 de noviembre de 2013

Recuerdos de infancia....

Recuerdos de infancia.... me acuerdo que un verano, cuando era cachorrito, pase unas vacaciones en casa de la TIA TERE, en pacasmayo...Recuerdo que cogia los anzuelos y nylon de mi tio Gato e iba muy temprano al muelle a pescar pejerreyes... la pasaba todo el dia pescando y al medio dia terminaba con una buena zarta de pescados, no se si era buen pescador , o es que tenia suerte... ya se, tenia suerte de principiante... regresaba a casa y mi tia charo preparaba un rico cebiche... Y la tia tere decia GUARDEN PARA MI PEPITO... QUE ESTA FLAQUITO, o cuando entraba al cuarto de mi tio calin, recuerdo que tenia muchos discos LP, y la Tia Tere cuidando de no hacer travesuras, o cuando comia granadas del arbol de la puerta de la casa...

Anhelo regresar a pacasmayo, cuantos recuerdos de infancia...
A veces uno quiere retroceder el tiempo o que el tiempo no corra... pero eso no se puede, solo queda vivir minuto a minuto al maximo, y del tiempo pasado unos bellos recuerdos...
Mis mas sentidas condolencias a la familia CORREA MEDINA... Tia Tere, tu siempre viviras en nuestros corazones.

martes, 18 de diciembre de 2012

Las abejas trabajadoras y los destructores



Esto sucedió cuando era niña, algo emocionante y triste a la vez y se los cuento porque es un hecho real y algo de enseñanza podrán sacar.

A mis hermanos pequeños pero mayores que yo, les causó mucha curiosidad el ver que del interior de un huequito en la pared de una antigua iglesia de adobe, adaptada como vivienda, de paredes de como un metro de ancho, salía una abeja y después otra y otra, siempre en forma ordenada. En esa casa vivíamos Papá, Mamá y nueve hijos (soy la quinta), era una casona que le dieron a mi Papá para vivir y tener en un apartado sus oficinas con su personal.

Esto sucedió una tarde, en el patio de la casa, el cual quedaba al frente de  la oficina de mi papá. Uno de mis hermanos menores estaba introduciendo un palito en el huequito de una pared porque había visto salir una abeja.

El insistía e insistía y volvieron a salir ya no una sino dos, tres y cada vez más abejas.

Gritando emocionado llamaba a mi hermano mayor: ¡Calín, Calín, del huequito salen abejas, ven, ven!.

Don Calín  y mis otros dos hermanos mayores vinieron con palos en la mano para ayudar a descubrir que había dentro de ese huequito. Todos ayudábamos y el huequito se iba haciendo cada vez más grande. Cuando el huequito estaba ya del tamaño de la chapa de una botella de gaseosa, pudimos ver al fondo brillar la miel- ¡Oh…!- eso nos alentó mas y seguimos insistiendo.

La curiosidad había hecho presa en todos. Veíamos que cada vez más abejas salían, menos mal no nos picaban aún, tal vez estaban asustadas y salían de poquito en poquito.


Uno de mis hermanos al tirar en la pared con un palo grande hizo que se cayera un pedazo de esta y el huequito se convirtió en un momento en un hueco de casi un metro cuadrado, -¡ahh…impresionante, un panal de abejas muy grande y llena de miel quedó expuesto¡ Mis hermanos, queriendo sacar la miel corrieron a traer un palo largo con fuego ya que el panal estaba en altura... el humo las hará huir pensamos.

Algunas se lanzaron sobre nosotros y se defendían picándonos. Mi hermano no retiraría el fuego hasta que saliera la abeja reina. De repente, atraída por los tantos gritos y exclamaciones apareció mi mamá quien al ver la escena, muy dolida nos dijo: -¡No, no hagan eso...que malos que son, no las maten; déjenme a mí que no me van hacer nada! y ante la mirada asombrada de todos se atrevió a ingresar al patio lleno de abejas, eran tantas las que salían y salían que parecía ya un techo sobre nosotros. Apagamos el fuego y corrimos hacia adentro de la casa, cuando vimos a mi mamá corriendo y gritando desesperada porque las abejas la estaban atacando y la picaban en sus brazos, su cara y se enredaban en sus cabellos.

Mi mamá decía: ¡Ay! ¡ay! ¡la ponzoña hijos, la ponzoña¡ - Auxiliándola mi hermana mayor de 16 años la metió en una habitación para atenderla ya que nosotros aún escondidos tapados con plásticos buscábamos a la abeja reina abeja, la que por fin salió.

Qué impresionante ver como todas las abejas, bien organizadas, volaban hacia el cielo siguiendo a la reina; ver tantas abejas juntas emprender la retirada sin quedarse ninguna, sólo las muertas y heridas entreveradas con la miel. Sacamos toda la cera con miel y todo, aun tratando de limpiar siempre residuos quedaban, ya una cabecita, una patita, etc. entre la miel  pero así  lo comíamos con pan- ¡Que rico¡  

Al siguiente día de trabajo mi papá y todo su personal sorprendido ver ese hueco con humo y nos hicieron ver lo que habíamos hecho y realmente, después de hacernos reflexionar, nos sentimos mal. A veces, en la niñez y juventud hacemos tantas cosas por ignorancia, cosas muchas veces tristes e indignantes.

martes, 28 de agosto de 2012

AGILIDAD INUSITADA

De joven siendo una aspirante a la vida consagrada religiosa tenía 23 años de edad. Mi maestra, la Superiora del convento en el Faique (un pueblito de la sierra de Piura en Perú), tenía 73 años. Ella usaba un corsé ortopédico debido a que sufría de su columna por una dolorosa caída que tuviera mucho tiempo atrás.- Era muy alegre, hábil, lúcida y me agradaba mucho atenderla, la acompañaba a todas partes, siempre tomándola del brazo por su dificultad al caminar.  Me sentía que era su apoyo y su compañía y recibía de ella el cariño y la dulzura de una madre, compartiendo siempre con alegría las experiencias de Dios dentro y fuera del convento.
En un día de verano, en que como todas las tardes, solíamos contentas pasear, la Superiora, mis compañeras y Yo, por esos tramos de herradura entre cerros y calles desoladas y silenciosas con casas de paja y caña…de repente divisamos a lo lejos una polvareda levantada por algo que venía por el único camino hacia nosotros – una de mis compañeras gritó: ¡¡Corran, corran que viene un toro!! Y yo, la fiel compañía de la Superiora, a quien muy amablemente llevaba siempre cogida del brazo, presa del miedo, la solté y eché a correr cerro arriba. Ya en lo alto, acordándome de ella y de cómo la había abandonado en esos momentos difíciles, me puse a buscarla con la mirada. Lo sorprendente fue verla escondida en una de esas casitas de paja vacías ubicada a 100 metros de donde la dejara. Como había llegado, no sé, seguramente Dios la ayudó y lo más gracioso, por lo que juntas prorrumpimos en una carcajada fue, que el causante de tanto alboroto no había sido un toro sino un pollino (asno de poca edad).